lunes, 28 de abril de 2025

Comentario Crítico sobre Naraku y Otros Personajes

Pocos villanos, al llegar a su final –porque sabemos que los héroes siempre ganan–, tienen la oportunidad de redimirse, de pedir perdón por sus acciones, de desear una vida diferente o lamentar sus errores. Pero, ¿qué pasa con Naraku? Él no lo hizo. 

Este híbrido, que desató un remolino de emociones en todo aquel que se cruzó en su camino, jamás mostró arrepentimiento.  
No hubo remordimientos, ni súplicas, ni un gesto de redención. ¿Alguna vez imaginaron a alguien así? Alguien que no grita, que no maldice, que no muestra un rostro de derrota ni de vulnerabilidad.  

Eso, eso es verdadera dignidad. 
 
Naraku, en su último momento, no dejó escapar ni un sólo suspiro de arrepentimiento. Sólo mostró una aceptación callada, resignada.  
Una calma inquietante que pocos, muy pocos, son capaces de mantener frente a su fin

Illustration de @YoungLiquid. 


domingo, 20 de abril de 2025

Comentario Crítico sobre Naraku y Otros Personajes

Existe una idea incoherente –por no decir francamente absurda– que ronda en ciertos sectores del pensamiento. Se refieren a Onigumo, no por lo que hizo, sino por cómo se veía. Sí, han osado llamarlo antiestético. No por su vileza, no por su deseo malsano hacia una sacerdotisa, sino por su rostro… por lo físico.

¿Y quién, en su sano juicio, esperaría simetría y cutis terso en un hombre que terminó a la parrilla? Las quemaduras de tercer grado no distinguen entre santos ni bastardos. Lo dejan a uno como carne chamuscada, sin importar cuántas veces haya sonreído al espejo antes del incendio.

Por eso es tan mezquino reírse del rostro que lo habitó después, ese amasijo de cicatrices que no nació con él, sino que fue impuesto por el fuego. Porque lo grotesco no es lo que quedó… sino la manera en que algunos lo miran. Al fin y al cabo, sin piel, nadie es una pintura renacentista. Todos somos carne viva y nervios a la intemperie.

Quizás –y sólo quizás– Onigumo, antes del fuego, fue un hombre de facciones atractivas y descaradas. Tal vez por eso, entre tantos rostros robados, Musō eligió ese en particular. Uno que le resultaba familiar, cómodo… incluso nostálgico. Un rostro que podía haber sido el suyo: angelical, pero lleno de cinismo. 




sábado, 19 de abril de 2025

Comentario Crítico sobre Naraku y Otros Personajes

El segundo encuentro entre ellos —enemigos, sí, pero con una historia que desafía incluso esa palabra— no es una repetición, sino una revelación. Aunque técnicamente sus destinos se cruzaron hace cincuenta años, lo cierto es que en aquel entonces Kikyō jamás conoció a Naraku. No realmente. Nadie lo hizo. Él se valió del anonimato, del rostro de InuYasha y del dolor humano para manipularla, y como resultado, ella murió.

Ese primer encuentro no fue más que una trampa cuidadosamente tejida.

Por eso, esta vez —la verdadera primera vez— se vuelve tan fascinante.




Comentario Crítico sobre Naraku y Otros Personajes

Esta publicación vendrá en partes, como es debido. Ya saben: mucho texto de golpe puede abrumar, y prefiero considerar a quienes realmente quieren leer y procesar cada idea con calma.

Lo repito con claridad: 𝗣𝗜𝗘𝗡𝗦𝗘𝗡 antes de actuar. Voy a bloquear a quienes vengan a insultar el contenido. Esta es una página de Naraku, y eso no se encuentra todos los días en este fandom. Todo lo que subo es con cariño, porque lo quiero, y no voy a tolerar malos tratos en este espacio que también comparten seguidores que disfrutan de su presencia tanto como yo. 

Hoy me tomé el tiempo de reescribir una vieja publicación. No porque estuviera mal, sino porque sentí que merecía un nuevo rostro. Una segunda piel. Algo más fiel a lo que Naraku representa en mi cabeza.

━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━

✨ Las composiciones de Naraku ✨ (𝗣𝗔𝗥𝗧𝗘 𝟭)

Naraku no es simplemente un monstruo. Llamarlo así sería casi una cortesía, una forma amable de evitar las preguntas incómodas. Es un compuesto aberrante, una amalgama de sentimientos ajenos y voluntades que nunca fueron del todo suyas. Su esencia, si se la puede llamar así, está hecha de retazos: no piel ni carne, sino odio cosido con deseo, lujuria tejida con abandono, ambición remendada con desesperación. Cada fibra que lo sostiene proviene de otra criatura. De otro dolor. De otro fracaso.

Lleva dentro el amor enfermizo y la codicia sin límites de Onigumo, ese hombre lisiado que ofreció su carne a los demonios como quien lanza pan a los perros hambrientos. También carga con el odio ciego de las bestias que se lo disputaron, que lo devoraron desde adentro y que, sin saberlo, lo gestaron. Naraku no nació, fue compilado. Como si el mundo, en un arrebato de malicia o negligencia, hubiese recolectado lo que sobraba, lo que dolía, lo que no servía, y lo hubiera unido en una figura que no debería tener nombre.

Sin embargo –y acá reside lo inquietante–, la repulsión que siente hacia todo esto, hacia sí mismo, no es heredada. Es suya. Propia. No proviene de Onigumo como también de los demonios que lo gestaron. Nadie se la impuso. No la robó ni la imitó. Es auténtica.

Eso, en él, no debería ser posible.

Porque si su existencia es un enjambre de deseos prestados, una carcasa armada con sobras ajenas, entonces ¿de dónde proviene aquel rechazo tan visceral? ¿Cómo puede odiarse algo que no es dueño de sí mismo? ¿Desde qué rincón nace esa náusea íntima si, en teoría, no hay un “yo” al que le pertenezca?

Significa que Naraku, pese a todo, es una entidad propia. No una marioneta articulada por las memorias de Onigumo ni una simple colmena de demonios compartiendo un cuerpo: él. Más que la suma de sus partes. Más que un cúmulo de emociones heredadas o deseos implantados. Hay algo –mínimo, terco, indiscutible– que brota desde adentro, sin nombre ni origen. Un núcleo que no puede atribuirse a nadie más.

Y ese núcleo es una contradicción pura.



jueves, 17 de abril de 2025

Comentario Crítico sobre Naraku y Otros Personajes

Hay nacimientos que se celebran. Otros que simplemente ocurren. Y después están los que no deberían haber sido posibles.


En el mundo de InuYasha, donde humanos, yōkais e híbridos conviven bajo una lógica flexible aunque reconocible, incluso una criatura como el protagonista –nacido de un daiyōkai y una mujer humana– entra dentro de los márgenes de lo tolerable. Híbrido, sí. Anómalo, quizás. Pero explicable. Nombrable. Su existencia puede trazarse, seguirse hacia atrás en un linaje, en un acto, en una cama.


Naraku, en cambio, es otra cosa.


No hay concepción. No hay parto. No hay madre ni padre. Su origen no responde al cruce de sexos ni al deseo, ni siquiera a la voluntad consciente de ser. Es, más bien, una aglomeración. Una confluencia impura. Una aberración que se configuró a partir de otras formas de vida, otras conciencias, otras violencias. No nació: se ensambló. 


Lo suyo no es una mezcla, sino una mezcla que se  mezcló mal. Una ruptura biológica. Una trampa dentro del orden natural. Su carne no desciende de una línea; es un pantano donde flotan múltiples sangres sin genealogía clara, como si los residuos de muchos cuerpos, muchas voluntades, muchos odios, hubieran decidido ocupar el mismo espacio y quedarse ahí. Su existencia no es la excepción a una regla: es el rechazo total de la regla.


Entonces, no hubo ni un segundo de inocencia en él.


No hubo llanto de criatura que llega al mundo. No hubo descubrimiento, ni balbuceos, ni aprendizaje. Naraku surge ya sabiendo. Ya sintiendo. Ya odiando. No tuvo que tocar el veneno para entenderlo. No tuvo que probar el miasma para saberse hecho de él. No aprendió el mal como lo haría un niño que juega con fuego. Lo trajo consigo desde el inicio. Es una memoria impuesta en la carne. Una conciencia vieja nacida en un cuerpo nuevo.


En ese sentido, su existencia se asemeja más a una recaída que a un nacimiento. Como si el mundo, en un momento de debilidad, hubiera permitido que un vestigio maldito volviera a escupirse sobre la tierra.


Porque hay algo en él que recuerda sin haber vivido. Que repite sin haber aprendido. Que destruye sin haber sido provocado. Es la pesadilla de lo innombrable: una entidad sin infancia, sin origen claro, sin razón para ser. 


Naraku no es un demonio. No del todo. Tampoco es humano. No ya. Lo que es –y esto es lo que más perturba– no cabe en categorías simples. No responde a ninguna de las taxonomías del mundo espiritual o carnal. No tiene linaje que lo justifique, ni especie que lo contenga. Lo que hay en él es una disonancia: un cuerpo prestado que nunca debió ensamblarse, una conciencia que no nació, sino que fue tejida con retazos ajenos.


Naraku es la consecuencia de todo ello. Un trauma con nombre propio.


Así, he concluido algo: probablemente él tenga más linajes en sus venas que todo el árbol genealógico de cualquier daiyōkai que presuma pedigrí desde hace generaciones. Y no es descabellado pensarlo. Su cuerpo no es sólo una amalgama de despojos, sino un archivo viviente. Se supone que al devorar a un yōkai lo asimila por completo. Y eso no solamente implica su cuerpo, sino sus habilidades, su memoria, su estirpe entera.


Naraku es el coleccionista obsceno de todo aquello que otros veneran con devoción. Y no lo hace por respeto. Lo hace porque puede.










Naraku: Análisis desde la Fuente Oficial del Manga

 ✨ Echando un vistazo a los paneles del tomo 30 del manga ✨ Cuando muere, Naraku no lo hace en paz. Su final es violento, sangriento, y está...