Esta publicación vendrá en partes, como es debido. Ya saben: mucho texto de golpe puede abrumar, y prefiero considerar a quienes realmente quieren leer y procesar cada idea con calma.
Lo repito con claridad: 𝗣𝗜𝗘𝗡𝗦𝗘𝗡 antes de actuar. Voy a bloquear a quienes vengan a insultar el contenido. Esta es una página de Naraku, y eso no se encuentra todos los días en este fandom. Todo lo que subo es con cariño, porque lo quiero, y no voy a tolerar malos tratos en este espacio que también comparten seguidores que disfrutan de su presencia tanto como yo.
Hoy me tomé el tiempo de reescribir una vieja publicación. No porque estuviera mal, sino porque sentí que merecía un nuevo rostro. Una segunda piel. Algo más fiel a lo que Naraku representa en mi cabeza.
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✨ Las composiciones de Naraku ✨ (𝗣𝗔𝗥𝗧𝗘 𝟭)
Naraku no es simplemente un monstruo. Llamarlo así sería casi una cortesía, una forma amable de evitar las preguntas incómodas. Es un compuesto aberrante, una amalgama de sentimientos ajenos y voluntades que nunca fueron del todo suyas. Su esencia, si se la puede llamar así, está hecha de retazos: no piel ni carne, sino odio cosido con deseo, lujuria tejida con abandono, ambición remendada con desesperación. Cada fibra que lo sostiene proviene de otra criatura. De otro dolor. De otro fracaso.
Lleva dentro el amor enfermizo y la codicia sin límites de Onigumo, ese hombre lisiado que ofreció su carne a los demonios como quien lanza pan a los perros hambrientos. También carga con el odio ciego de las bestias que se lo disputaron, que lo devoraron desde adentro y que, sin saberlo, lo gestaron. Naraku no nació, fue compilado. Como si el mundo, en un arrebato de malicia o negligencia, hubiese recolectado lo que sobraba, lo que dolía, lo que no servía, y lo hubiera unido en una figura que no debería tener nombre.
Sin embargo –y acá reside lo inquietante–, la repulsión que siente hacia todo esto, hacia sí mismo, no es heredada. Es suya. Propia. No proviene de Onigumo como también de los demonios que lo gestaron. Nadie se la impuso. No la robó ni la imitó. Es auténtica.
Eso, en él, no debería ser posible.
Porque si su existencia es un enjambre de deseos prestados, una carcasa armada con sobras ajenas, entonces ¿de dónde proviene aquel rechazo tan visceral? ¿Cómo puede odiarse algo que no es dueño de sí mismo? ¿Desde qué rincón nace esa náusea íntima si, en teoría, no hay un “yo” al que le pertenezca?
Significa que Naraku, pese a todo, es una entidad propia. No una marioneta articulada por las memorias de Onigumo ni una simple colmena de demonios compartiendo un cuerpo: él. Más que la suma de sus partes. Más que un cúmulo de emociones heredadas o deseos implantados. Hay algo –mínimo, terco, indiscutible– que brota desde adentro, sin nombre ni origen. Un núcleo que no puede atribuirse a nadie más.
Y ese núcleo es una contradicción pura.

