sábado, 14 de junio de 2025

Naraku: Análisis desde la Fuente Oficial del Manga

 ✨ Echando un vistazo a los paneles del tomo 30 del manga ✨

Cuando muere, Naraku no lo hace en paz. Su final es violento, sangriento, y está rodeado –no por una familia que lo recuerde con cariño–, sino por enemigos; cada uno con razones válidas para desear matarlo por cuenta propia. Y lo harán. Su nombre quedará manchado durante demasiado tiempo. No habrá quien lo defienda.

Si uno se remonta lo suficiente, resulta evidente que no es tan distinto de InuYasha. Lo sé: no es una observación novedosa, y probablemente no será la última vez que alguien la señale. Sin embargo, la comparación existe: ambos son híbridos, ambos han sido rechazados, ambos buscan –o buscaron, en algún momento– un sitio al que pertenecer.

Por eso es fácil imaginar que, cuando llegue su hora, InuYasha estará rodeado de quienes lo aman de verdad. Amigos. Familia.Si te importa tener extras de la autora y una edición más detallada, yo pasaría de Planeta y me quedaría con Ivrea o Panini. Van un poco más lento, pero valen más la pena. Solo un consejo. Personas que lo conocieron con todas sus imperfecciones y, aun así, eligieron quedarse. Su recuerdo no yacerá ligado al miedo ni a la tragedia, sino a la forma en que supo cuidar, perdonar y entregarse sin ton ni son.

Ahí se abre una distancia clara. InuYasha, a diferencia de Naraku, eligió el amor en lugar del rencor.

No le hace falta herir para establecer un lazo, ni recurrir a la manipulación para sentirse próximo a alguien. Reconoce sus errores (a veces con excesiva severidad), pero no edifica su identidad sobre ellos. No pavimenta el camino hacia su propia ruina.

Naraku sí.

Sabotea todo, incluso aquello que podría haberlo salvado. Y lo hace, además, sin una voluntad real de evitarlo. En el fondo, ni siquiera lo desea. Es prisionero/víctima de su propia maldad, podría decirse.

Siendo sincera, siempre me ha resultado fascinante este tipo de contraste: ese villano que actúa como un reflejo distorsionado del protagonista, un espejo que no devuelve una imagen fiel, sino una versión deformada. Un personaje que toma los defectos del héroe, los amplifica sin pudor y, al mismo tiempo, diluye –o directamente elimina– cualquier rasgo que podría hacerlo redimible. Es ahí donde el villano deja de ser simplemente lo opuesto y se convierte en lo que pudo haber sido, si todo hubiese salido un poco (o bastante) peor.

Con esto no digo que Naraku e InuYasha sean iguales –ni en temperamento ni en decisiones–, pero existe una similitud incómoda que los conecta. Funciona como recordatorio, casi como una advertencia: el peor desenlace de un camino que, en cierto punto, estuvo al alcance de ambos. Si InuYasha se hubiese dejado arrastrar por el odio, si la rabia hubiese eclipsado todo lo demás, tal vez habría terminado aferrado a una versión de sí mismo que ni sus más cercanos podrían reconocer, luchando por causas que perdieron sentido hace tiempo.

Por fortuna, no fue así. Es medianamente reconfortante saber que los héroes que seguimos no se quebraron del todo. Fueron puestos a prueba –una y otra vez–, arrastrados por el dolor, la pérdida, la culpa. Aun así, lograron sostenerse. Estuvieron al borde; algunos, incluso, dieron un paso dentro de la oscuridad. Aunque no se quedaron allí. No se convirtieron en la clase de figuras que habrían detestado. De algún modo, conservaron una parte de sí mismos que todavía valía la pena.

Dicho esto, la verdad, ese tipo de finales nunca me terminan de enganchar. El héroe que se mantiene puro, sale ileso y acaba rodeado de cariño… sí, carga su valor, no lo niego. Pero a mí no me conmueve demasiado. Lo miro, lo entiendo, incluso puedo admirarlo un poco, aunque no me deja nada que me persiga después. Supongo que ahí entra Naraku. Su recorrido va por otro camino, más enmarañado, menos limpio. No busca aprobación ni se aferra a ideales heroicos. Tiene una manera de sostenerse que no pide comprensión, solamente continuidad.

Es decir, no eligió el camino que habría facilitado ser entendido. No buscó justificaciones ni ofreció explicaciones. Al contrario: cada decisión fue cerrando puertas una tras otra, dejándolo más y más  lejos de cualquier intento de reconciliación. No parecía interesado en volver, ni en que alguien pudiese seguirlo hasta donde estaba. Su trayecto fue una elección constante de aislamiento.

Se replegó con tanta fuerza que no dejó espacio para que el arrepentimiento lo rozase. Ni siquiera cuando ya no quedaba nada por obtener. Ni siquiera cuando seguir adelante implicaba arrastrarse entre ruinas, desgastarse en cada paso, ofrecer lo último que aún conservaba. 

Sin embargo, lo hizo de todos modos.

Hay en esa obstinación –o voluntad, si prefieren llamarla así– algo brutalmente humano. No por noble, sino por lo áspero. Como si eligiera hundirse en su herida antes que fingir una transformación que nunca estuvo en sus planes. Tal vez sea eso una de las cosas que más me gustan de Naraku: su negativa rotunda a impostar redención. La manera en que permanece incluso entre restos, porque al menos aquel derrumbe le pertenece. Porque fue su elección.

No es un gesto heroico. No es admirable. Pero es real. Terriblemente real. Y a su modo, también triste.

Después de todo, pocos logran perdurar en pie cuando el entorno se desmorona. Más extraño todavía es quien lo hace sabiendo que no habrá recompensa, ni alivio, ni absolución al final del camino. Que resistir no conduce a ningún lugar, salvo a la caída.

Pero claro, la historia no lo presenta así. Tiene otros valores, y esta escena no deja espacio a dudas: lo que se celebra no es resistir siendo monstruo, sino resistir sin dejar de ser humano. 

Les muestro la traducción de Panini México, una hecha por fans y otra del anime. Así que lean cada pie de nota con atención. 👇


⮕ Lo interesante de Naraku es que nunca se desliga por completo de su parte humana, aunque lo intente con fervor. Aquel corazón que tanto detesta –el de Onigumo– es también lo que le permite hacer lo que hace. No lo conserva por accidente: lo necesita. Gracias a él entiende los deseos, las culpas, los afectos ajenos. 

No actúa como un demonio que arrasa sin pensar; actúa como alguien que sabe dónde duele y cómo hacer que duela más. Puede fingir, mentir, seducir, traicionar… cosas que requieren una comprensión bastante humana del mundo.

A lo largo de toda la historia intenta eliminar ese corazón, y a la vez lo usa como si fuera un arma. No hay incoherencia en ello: es lo que lo hace peligroso. Un demonio sin empatía puede ser letal, pero alguien que conoce las emociones humanas y decide usarlas como herramienta es mucho peor. En el fondo, Naraku no es menos humano por odiar lo que le queda de humano. 

Todo lo contrario: su rechazo constante, su necesidad de destruir aquel vínculo, habla de una relación activa, absolutamente íntima, con lo que niega. No hay indiferencia: hay conflicto. Y eso no lo aleja de lo humano: lo confirma.





Naraku: Análisis desde la Fuente Oficial del Manga

 ✨ Echando un vistazo a los paneles del tomo 30 del manga ✨ Cuando muere, Naraku no lo hace en paz. Su final es violento, sangriento, y está...