Pensar que las manos de Naraku pueden ahondar en las fibras más íntimas del alma… Bastó un roce para sembrar en Kikyō el deseo de no continuar viviendo; otro para cargar a Kohaku con la vergüenza ardiente de haberle arrebatado a su hermana un padre; y todavía halló un instante para mancillar el espíritu del monje Hakushi.
¿Cómo no sucumbir a un encanto tan irresistible? Es un delirio tan hermoso como letal.