El segundo encuentro entre ellos —enemigos, sí, pero con una historia que desafía incluso esa palabra— no es una repetición, sino una revelación. Aunque técnicamente sus destinos se cruzaron hace cincuenta años, lo cierto es que en aquel entonces Kikyō jamás conoció a Naraku. No realmente. Nadie lo hizo. Él se valió del anonimato, del rostro de InuYasha y del dolor humano para manipularla, y como resultado, ella murió.
Ese primer encuentro no fue más que una trampa cuidadosamente tejida.
Por eso, esta vez —la verdadera primera vez— se vuelve tan fascinante.

