Pocos villanos, al llegar a su final –porque sabemos que los héroes siempre ganan–, tienen la oportunidad de redimirse, de pedir perdón por sus acciones, de desear una vida diferente o lamentar sus errores. Pero, ¿qué pasa con Naraku? Él no lo hizo.
Este híbrido, que desató un remolino de emociones en todo aquel que se cruzó en su camino, jamás mostró arrepentimiento.
No hubo remordimientos, ni súplicas, ni un gesto de redención. ¿Alguna vez imaginaron a alguien así? Alguien que no grita, que no maldice, que no muestra un rostro de derrota ni de vulnerabilidad.
Eso, eso es verdadera dignidad.
Naraku, en su último momento, no dejó escapar ni un sólo suspiro de arrepentimiento. Sólo mostró una aceptación callada, resignada.
Una calma inquietante que pocos, muy pocos, son capaces de mantener frente a su fin.
Illustration de @YoungLiquid.