Es curioso, ¿no? Este extraño híbrido llamado Naraku, ese al que tanto dentro como fuera de la serie etiquetaron como "débil", terminó siendo la piedra en el zapato de absolutamente todos. No importa cuánto lo despreciaran o subestimaran, logró convertirse en un obstáculo que nadie pudo superar con facilidad. Ni siquiera el imponente Sesshōmaru, con toda su sangre pura y un ego del tamaño de una montaña, fue capaz de deshacerse de él por sus propios medios. Sesshōmaru lo buscó, lo persiguió, intentó derribarlo en múltiples ocasiones, pero al final, Naraku siempre encontraba la manera de mantenerse firme.
Sin embargo, no sólo Sesshōmaru fracasó. La lista de quienes no pudieron enfrentarlo en solitario es larga: Kikyō, con toda su elegancia trágica; InuYasha, con su obstinación de medio demonio; incluso Kagome, con su flecha del destino. En el clímax de esta historia, no bastó con los esfuerzos individuales. Se necesitó de un grupo completo –héroes, antagonistas y personajes secundarios– para intentar quebrarlo. Ningún ser, por poderoso que fuera, resultó suficiente. Ninguno. Y eso no suena precisamente a alguien "débil", ¿verdad?
En cuanto a Naraku… ¿qué podemos decir de esa presencia exquisita y perturbadoramente cautivadora? Sus formas son un arte que pocos pueden comprender; su belleza, por supuesto, no es para todos. Es un gusto reservado para quienes saben apreciar lo sublime que se oculta en lo oscuro.
Naraku no fue simplemente un enemigo. Fue una fuerza, un concepto, una constante que obligó a todos a enfrentarse a sus propias debilidades. Aunque lo llamen débil, aunque lo desprecien, hay algo que no pueden negar: Naraku fue el arquitecto de sus desgracias y, en muchos sentidos, el escultor de su historia.
#𝑩𝒐𝒐𝒈𝒊𝒆_𝑾𝒐𝒐𝒈𝒊𝒆_𝑾𝒖