•𝐍𝐚𝐫𝐚𝐤𝐮 𝐲 𝐬𝐮𝐬 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐚𝐣𝐞𝐧𝐨𝐬.
Antes que nada, quiero aclarar que esto es un análisis y no necesariamente refleja tu opinión sobre el villano. Es más bien una extrapolación a partir del canon. ¡Vamos allá!
Naraku es como un monstruo hecho de retazos, compuesto por fragmentos de odio, amor, codicia y desesperación. Su ser está impregnado con el amor, la avaricia y la lujuria del bandido Onigumo, así como con el odio y la avaricia de los demonios que devoraron su cuerpo y su alma. En esencia, podría decirse que Naraku es la encarnación de una serie de eventos desafortunados, una síntesis oscura de todas estas fuerzas que lo moldearon en lo que es hoy.
Entonces, la codicia, el amor, el odio y la desesperación se fusionaron para dar vida a este híbrido; son su núcleo, el tejido que mantiene todo cuidadosamente unido para evitar que su interior se desmorone. Pero ninguno de estos sentimientos es genuinamente suyo. Su existencia está cimentada sobre los deseos y las emociones de otros, no sobre los suyos propios; construido con estos fragmentos desechados, como si fuera un conjunto de piezas de repuesto que el mundo no necesitaba, parece condenado a ser una monstruosidad predefinida, incapaz de experimentar la libertad de ser algo más.
El amor enfermizo (amor, pero también lujuria; cosas peligrosas y terriblemente enlazada) del bandido Onigumo por la sacerdotisa Kikyō, y el profundo odio de los demonios hacia ella, se unieron para formar los propios sentimientos de Naraku, una amalgama de emociones que nunca solicitó ni deseó, y que lo deja muy en claro al querer desechar sus sentimientos (su corazón humano, vaya). Este amor y odio compartidos se extienden también hacia la Perla de Shikon, esa reliquia tan deseada y temida a la vez. Naraku vive en un estado de contradicción, sintiendo tanto amor como odio hacia la joya, al igual que hacia la sacerdotisa. Desearía no experimentar ninguno de estos sentimientos, ni por la Perla ni por Kikyō, pero lamentablemente, no tiene otra opción en este asunto.
Su odio hacia ella es tan abrumador que a veces me sorprende que el inmenso peso de ese sentimiento no lo haya aplastado por completo. Es un odio igualmente aplastante al que siente por sí mismo; creo que, en lo más profundo de él, Naraku anhela que Kikyō nunca hubiera salvado al bandido, que nunca le hubiera dado la oportunidad de vivir para amarla. Desearía que ese gesto de bondad, ocurrido incluso antes de su nacimiento, nunca hubiera tenido lugar, que no hubiera prolongado así la agonizante convalecencia de Onigumo al negarle una muerte rápida y, como resultado, a Naraku no se le hubiera impuesto nacer con ese amor hacia ella; la odia por ese gesto de bondad, por permitir que su existencia se convirtiera en una posibilidad.
Así pues, con Naraku, ocurre que los demonios que se fusionaron para formar la mitad de su alma la odian, lo que implica que él nació también con ese mismo odio. Por lo tanto, el odio que siente hacia ella es sólo una parte de su propio odio: los demonios siempre la habrán odiado primero, siempre lo habrán impulsado a sentir ese odio. Sin embargo, hay algo impresionante en todo esto: Naraku hizo suyo ese odio; surgido de su propio desprecio hacia sí mismo, él comenzó a detestarla a ella también, por permitir que él existiera en su forma actual. Después de todo, ¿cómo podría no odiarla? El odio es su compañero de vida, una fuerza omnipresente que ha sido fundamental en su propia formación.
Es parte de Naraku, un ingrediente esencial en la receta de su existencia, porque el odio fue la mitad de lo que lo hizo.
Los sentimientos que anidaron en el corazón del bandido moribundo, que por ella latían, también forjaron su propia esencia, tan intrínsecos y ajenos como el odio que los demonios le legaron. Nunca deseó amarla, nunca buscó sentir nada por ella, pero nació con las emociones de otra persona, una carga que nunca pudo deshacer a menos que se despojara de su propia identidad y se destruyera a sí mismo en el proceso, cosa que sucede a medias; son sus sentimientos, pero al mismo tiempo, no lo son. Están entrelazados con su alma de una manera que lo hace prisionero de un amor que nunca buscó.
Y lo más atroz es que su dolor ni siquiera le pertenece, sino que es sólo un eco, un reflejo distorsionado de la desesperación de un hombre codicioso y torturado, postrado en el suelo de una cueva, impotente y agonizante, renunciando a todo en un intento desesperado de transformarse en algo diferente.
Naraku no quiere sus sentimientos, ni su corazón, ni su alma; rechaza todo lo que proviene de él. Pero no tiene opción, ni siquiera ahora: desde su nacimiento, los deseos de los muertos le han sido impuestos. El anhelo por la Perla de Shikon que impulsó a los demonios que conformaban su otra mitad, el deseo de Onigumo por la sacerdotisa Kikyō... Esos sentimientos no le pertenecían, y a veces me pregunto si, cuando Naraku nació, no pudo comprenderlos; ¿por qué no habrían de desaparecer si no eran suyos? Odiaba sentirse obligado a esto, a experimentar el amor retorcido y parasitario de otro por alguien a quien preferiría muerto. Pero aún así persistían, y no podía liberarse de ellos sin correr el riesgo de destruirse a sí mismo.
Puede ser que en ciertos momentos, Naraku detestara su propia imagen, incapaz de soportarse a sí mismo. Odiaba lo que representaba: una aberración. Sentía que su mera existencia era una afrenta y la repudiaba. Pero a pesar de lo repulsivo que le resultara ser esta criatura, este monstruo, le horrorizaba darse cuenta de que aún no deseaba morir. Su propio deseo de vivir le daban ganas de vomitar. En su lugar, desahogaba su frustración con cualquier desafortunado que cruzara su camino, pues aunque la crueldad era y no era suya, al igual que el amor, el odio y la codicia, al menos le proporcionaba una distracción más allá de yacer en una cueva, esperando el final con gemidos de agonía.
Entonces, comenzó hiriendo a la sacerdotisa, preparándola para asesinar a su amante, y mientras observaba cómo se desarrollaba su plan, no estaba seguro de si lo hacía para tenerla para sí mismo o simplemente porque ¿cómo podían atreverse a ser felices cuando él era miserable? De cualquier manera, disfrutó viéndolos sufrir juntos, aunque la avaricia, que no era del todo suya pero que al mismo tiempo lo era, se decepcionó al ver desaparecer la joya. Más tarde, maldijo a un monje que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino y, no conforme con ello, también maldijo a todos sus descendientes por pura diversión.
Durante esos cincuenta años, su mayor deseo era dejar de sentir, porque cada emoción le causaba un dolor insoportable. Su mera existencia era una constante agonía. Sin embargo, cuando la joya resurge, de repente se encuentra soñando, como nunca antes lo había hecho. Sueña con la vida que podría tener con el poder de la Perla; es natural en él, es parte de su esencia, anhelarla. Pero ahora, tiene la oportunidad de hacer algo al respecto una vez que esté en sus manos. Está decidido a tomar la joya y construir una nueva vida. De esta manera, dejará de ser un monstruo creado a partir de retazos, compuesto de los sentimientos de otros. Será finalmente él mismo, y nadie más.
Sabemos cómo terminó eso...