𝐋𝐎𝐒 𝐂𝐈𝐂𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐍𝐀𝐑𝐀𝐊𝐔 𝐘 𝐊𝐈𝐊𝐘𝐎 🌒🔥
Hablemos de nuevo sobre la dinámica entre Kikyō y Naraku. Es algo que está presente en la historia; aunque siempre lo menciono, nunca me canso de volver a ello. Hay algo fascinante, pero al mismo tiempo perturbador, en la forma en que se relacionan. Es una conexión que no se puede reducir a lo superficial, aunque tampoco se puede ignorar lo compleja y sombría que es. Ya hemos tocado este tema antes; sin embargo, no puedo evitar regresar a él porque siempre hay más cosas que desentrañar.
Aclaro: esto no significa que idealice esta relación ni mucho menos la "romantice". Eso sería caer en un error peligroso. Para quienes han seguido esta página, saben que mi enfoque es siempre ser realista. La complejidad de Kikyō y Naraku no está en lo perfecto, sino en las grietas; en lo que los hace humanos y profundamente imperfectos.
Lo que convierte la "relación" entre estos dos en algo tan trágico, más allá de lo obvio, es lo terriblemente incompletos que son como individuos. Naraku, por su parte, es la personificación del vacío. Está definido por la falta, por el espacio que se niega a ser llenado; como si su existencia misma fuera una herida abierta que nunca cicatriza. Cada acción suya está destinada a llenar ese hueco, pero es incapaz de encontrar algo que lo complete de manera duradera. Su vacío lo consume, aunque también lo define: es lo único que parece conocer con certeza, una oscuridad que lo rodea y lo transforma, pero que jamás lo satisface.
Por otro lado, Kikyō ha estado fragmentada durante mucho, muchísimo tiempo, luchando por encontrar unidad dentro de sí misma; por recomponer su alma rota. Aunque su fortaleza exterior es innegable, en su interior sigue siendo una construcción quebrada, una mujer que ha tenido que adaptarse y sobrevivir en un mundo que la vio caer. Se levanta constantemente, pero nunca de la misma manera. La Kikyō que conocemos hoy es una versión de ella misma moldeada por las cicatrices del pasado; una mujer que, en su intento por mantener el control, ha permitido que esas fracturas definan quién es.
Cuando estos dos se encuentran, lo que ocurre es algo extraño e, inevitablemente, necesario. Juntos, forman una especie de "totalidad", aunque esta está retorcida, deformada por sus propios vacíos e imperfecciones.
Son enemigos, sí, aunque su vínculo es extraño, algo que cambia a ambos, aunque no de una forma positiva. La transformación que experimentan no trae felicidad ni alivio; más bien, los arrastra hacia la oscuridad. Todo comienza con Naraku. Es él quien la mata, no sólo en lo físico, sino también en lo emocional; él es quien destruye lo que quedaba entre ella e InuYasha. La obliga a confrontar su destino y tomar decisiones que la arrastran a un abismo del que nunca podrá salir ilesa.
Pero, al mismo tiempo, es él quien despoja a Kikyō de su moral, de sus sueños, de su propósito. Los pisotea, los arroja al barro y, con una especie de ansia casi humana, hunde la mano en su pecho con avidez, arrancando de ella todo lo malo. La oscuridad que habita en su interior surge sin tapujos, obligada a salir; lo hace, y con ello, la fuerza a cambiar, a transformarse en alguien que ya no puede reconocer, alguien completamente diferente a la mujer que fue.
Justamente, todo se trata de estos ciclos interminables de creación y destrucción, donde el amor de Naraku es, en esencia, una paradoja. Naraku sólo puede amar en fragmentos: pedazos de Kikyō que toma, distorsiona y destruye. No tiene la capacidad de estar con ella de una forma pacífica; porque, en su naturaleza más profunda, siempre terminará rompiéndola de alguna manera. Su amor no es un acto de unión o de paz, sino la constante repetición de su propia necesidad destructiva. El amor de Naraku es la forma más cruel de amor, cimentado en la inevitabilidad del sufrimiento.
Para ilustrar esto, tomemos como referencia el capítulo 174, titulado "La Barrera de Tierra". A través de este episodio, podemos explorar cómo se desarrollan las dinámicas clave y cómo cada detalle juega un papel fundamental en la narrativa. 👇
➜ En esta escena, como en tantas otras, queda absolutamente claro que la odia y, al mismo tiempo, la ama. Es una contradicción difícil de explicar, porque el simple hecho de haber nacido con ese amor condicionado, ese vínculo que lo une a ella de una manera que no puede controlar, le repugna profundamente.
A lo largo de la historia, vemos a Naraku intentando con todas sus fuerzas liberarse de esa atadura, de esa sensación que no puede evitar, pero que lo consume constantemente. Y, sin embargo, cuanto más lo intenta, más se da cuenta de lo irremediablemente enraizado que está en él, y de la forma en que ese mismo amor lo impulsa a herirla, a hacerle daño, con la esperanza de romper el ciclo.
Y es que, aunque lo niegue, hay una parte de él que le gusta lo que siente. La encuentra fascinante, un rompecabezas que desafía su lógica y comprensión. Disfruta viendo lo mucho que su moral difiere de la suya, lo inflexible que es en sus creencias, como si todo lo que Naraku hace estuviera destinado a ser juzgado y condenado. Es un espectáculo que lo atrae, ver cómo Kikyō se mantiene firme en sus principios mientras él se aferra a los suyos, oscuros y terribles.
Lo cautiva su determinación, la seguridad con la que defiende sus decisiones, como si cada una de ellas fuera una batalla que está dispuesta a librar hasta el final, aunque eso signifique destruirlo por completo.
➜ Me gusta cómo Kikyō irrumpe en el castillo de Naraku, literalmente protegida por los sentimientos de Onigumo, que aún laten en la tierra de su vieja tumba. Esa misma tierra, marcada por el pasado de un hombre que ya no existe, lleva consigo la esencia de ambos: Onigumo y Naraku. Al final, los dos son dos caras de la misma moneda. Y lo curioso es cómo Kikyō ha recogido ese pedazo del pasado, no sólo como un amuleto de protección, sino como algo que la conecta directamente con Naraku, algo que le da fuerza para enfrentarse a él.
➜ Kikyō también parece entender que la relación con él no se trata únicamente de simple odio, sino de algo más profundo, algo que los une de formas que ni ellos mismos entienden del todo. Así que luce firme y feroz, completamente segura de lo que hace, y esa confianza es lo que la vuelve aún más peligrosa.
Entonces Naraku no tarda en empezar a pincharla, desafiando cada una de sus decisiones, como siempre. Pero lo irónico es que, a pesar de ser enemigos, parece que de alguna manera se entienden. No es sólo que se odian, hay algo más, como si pudieran leer las intenciones del otro sin necesidad de decir una palabra. Se reconocen, se retan, casi como si, en ese enfrentamiento, fueran fuerzas opuestas pero complementarias, sabiendo que, al final, sus destinos están irremediablemente entrelazados.
Pero lo más impactante, y tal vez lo que más destaca en este momento, es cómo Kikyō ha puesto a Naraku como su prioridad. Ha llegado al punto en que él ha pasado a ser más importante para ella que InuYasha. Es algo inesperado, porque lo lógico sería que su foco siguiera siendo él, pero en esta historia, en este momento, es claro que el conflicto con Naraku ha tomado el centro de su no-vida.

➜ La sacerdotisa puede ser la única persona a la que ha amado, pero eso también significa que es la única que ha experimentado en carne propia la intimidad de Naraku, la intimidad de arrancarle la vida de su propio cuerpo.
Por eso, matar a Kikyō no es simplemente acabar con un "cerdo" más; es algo profundamente personal para él. Kikyō es la única capaz de masticar su orgullo, escupirlo, y pisotearlo sin miramientos. Ella es la mujer a la que odia y ama a la vez, la única que se encuentra lo suficientemente cerca para entenderlo, para hacerle daño de maneras que nadie más podría.
Kikyō no sólo es su amor, su odio, su más profunda agonía; es su debilidad.